LA BACINICA DE FLORES MAGÓN

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Saturday, September 30, 2006

Hasta el último aliento


Jaime Perches Manzano “el viejito” como le decía mi papá - El Tobi - “el guardián de las llaves de la congruencia ética”, el de mejor memoria, y que analizaba tranquilamente y cavilando cada situación que en el Partido Comunista Mexicano, PCM, ocurría. El que recordaba cada cara, nombre, situación, lugar, momento, y necesidades de organización.
Su asesinato pega hondo. Muchos quizá se pregunten ¿quién era ese? El subdirector de Recursos Financieros del Gobierno del Distrito Federal, parte de la historia - como tantos hombres y mujeres que han formado este presente - aun oral, y narrada por los testigos de su tiempo de unos a otros.
Soy hija de la última generación, y considero que aún, no se ha fabricado la pluma que relate la profunda herida que cava la desaparición de sus constructores. Perches tenia un poder, su conocimiento, su destreza política, que era tal, que afirmaba un acontecimiento y sin lugar a dudas, resultaba finalmente ser el anacoreta de los acontecimientos, por su capacidad para comprender a México, su sociedad y sus actores políticos.
Resentido como muchos, por la concesión en la que los valuartes del PCM se disolvieron en aras del crecimiento y financiamiento del PRD, no fue Perches precisamente el primero en comprender la importancia de la construcción del nuevo partido, pero si fue una pieza fundamental en la de la consolidación y trabajo del gobierno del Distrito Federal.
Acompañado siempre por su inseparable secretaria Aurelia, uno pudo verlo en distintos edificios, cargos, empleos. Moderando a veces, equilibrando otras, o “cuchicheando”, como decía.
Incontables ocasiones en casa de mi familia, veo a Perches discutiendo con mi papá, tramando jugadas de dominó hablando de las elecciones. Perches, en todas las fiestas de cualquier tipo, Perches, en cualquier situación dolorosa compartiendo con nosotros y brindándonos su amistad.
Perches fue preso, testigo de accidentes, asesinatos, persecuciones, represión, clandestinidad, y todo aquello que le causó a los mexicanos pagar un altísimo precio por inconformarse y manifestarse de izquierda, cuando la izquierda en México era apenas la vanguardia de una transición democrática, que nos duró muy poco, que se ahoga, y de la que él ya no podrá dar testimonio.
Asesinado este 28 de septiembre por una bala que nos parece no podrá matarlo nunca, duele, como dicen mis hermanas, porque él ya no estará ahí cuando sea necesario, y él era necesario, indispensable, de esos hombres que son y destacan por su humildad y honestidad, sin aspirar a luminarias ni enriquecimiento.
Uno que quizá llamarían oscuro por su inescrutable efigie, por su silencio y prudencia, por su sigilosa actuación a cada paso, por su cautela, por su hermetismo, y pero también firme y cabal por su entusiasmo, por dar su vida a sus ideales, hasta el último aliento.

Livia Díaz
Poza Rica, 30 de septiembre 2006.

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